martes, 30 de septiembre de 2008

Disciplina y rutina

Siempre que busco disciplina me doy absurdos baños de aburrimiento, asegura el aforismo de Luis Felipe Comendador. Los dos extremos del balancín en que se mece el artista son la disciplina y la espontaneidad. La concepción romántica vuelca todo su peso en la inspiración, el desorden, la espontaneidad y reniega de la disciplina como del veneno de la mediocridad burguesa. Aún permanece vivo en nuestras ideas comunes parte de las creencias románticas. Desde luego, el postcapitalismo (¿cuál será el nombre de la ¿nueva? etapa que parece comenzar ahora; fama eterna a quien lo bautice) nos mostró los viejos goces del hedonismo. Disciplina, trabajo, esfuerzo, eran valores remotos, burgueses, calvinistas, por supuesto. Pero, ¿qué arte puede surgir sin el balancín de la disciplina? Qué pereza. Qué goce, al mismo tiempo, engolfarse en el trabajo sin medida. Llega el otoño, el nuevo curso, y otra vez aparece la vieja polémica, sobada, aburrida. Otra vez es obligatorio crearse rutinas, construirse sobre sus cimientos; si no, el tiempo se desmiga ante nuestros dedos, inútilmente. Otra vez el otoño, el curso, las rutinas, la vida real, el trabajo, escribir, leer, escribir, las obligaciones domésticas. Qué pereza.