domingo, 29 de junio de 2008

Sólo distancias

350 kilómetros nos separan de otra vida. Llegamos sin que nadie nos espere. Nadie nos conoce. Para nosotros es una ciudad apenas conocida. Nunca estamos seguros de si vamos en la dirección correcta o acabaremos perdidos sin remisión, si la calle desemboca donde intuimos. No sabemos a qué bar es obligado acudir, a qué hora. Todo es extraño y vagamente familiar. Doméstico, festivo, como las proporciones de su catedral, grandiosa y diminuta. Sólo a 350 kilómetros. En otro mundo. Y eso nos llena de una euforia contenida y humilde. Euforia, a fin de cuentas.

domingo, 22 de junio de 2008

Regreso

Las ciudades se parecen entre sí. Es imposible pasear por Granada, Madrid, León, Burgos, Atenas, París, Albacete, Florencia, sin que una esquina, un edificio, una pequeña calle peatonalizada, una manzana de las afueras no remitan a cualquiera de las otras. El mismo estilo de época, semejantes dimensiones de desfiladero o una parecida filosofía urbanística las hermana a trozos, como si la ciudad -cualquier ciudad, todas las ciudades- fuera un tejido de patchwork. Claro, luego están los edificios monumentales o los conjuntos temáticos que las individualizan, casi siempre lugares de tránsito y de turistas, de una vida artificial, como el retrato al óleo de un viejo pariente, de rasgos familiares, pero de nombre y personalidad desconocidos en realidad.
Al final de la jornada, en la cama a oscuras se superponen la mujer de espalda ancha que cuidaba de su hijo en los columpios del parque, el grupo de matrimonios sentados al lado, en la terraza de un bar, la joven de las cejas tan marcadas que paseaba a un perrito diminuto y silencioso, la camarera extranjera con acento de película. El patchwork de los seres humanos.
Ahora, ya de regreso, en la madriguera rodeada de montañas, cubierta de un azul que tiende al blanco, sólo cabe esperar.

viernes, 6 de junio de 2008

Viajes

El viaje requiere una mirada predispuesta, al mismo tiempo que lava y limpia la mirada. Las impresiones son fugaces y lo memorable o es realmente impactante, o se pierde en la abultada lista de recuerdos, sometidos a una inevitable devaluación. Por ello quizá se haga cada vez más necesario rescatar las impresiones en forma escrita. Volvemos, tal vez, al presupuesto de la Modernidad: la escritura como forma de rescate, como salvación del paso aniquilador del tiempo. Es posible que la escritura de viajes obedezca a un modo más moderno que posmoderno: el yo y el mundo se exponen bajo la luz de las palabras. Pero somos hijos de nuestro tiempo y no podemos dejar de jugar, de mezclar, de revolver, de mostrarnos ingenuamente como seres que hace tiempo perdieron la ingenuidad y la inocencia -literaria, convencional-. Es también posible que la poesía sea el género que mejor se acopla al fragmentarismo, a la impresión cazada al vuelo, a la reflexión casi intuitiva, seca, sentenciosa.
He aquí la primicia personal de todo ello: les presento Días de peregrinación. Italia.

jueves, 5 de junio de 2008

Futuro

Pasado y futuro son dos modos, dos nombres, de construir la realidad. Ahora, la crisis real y la ambiental nos proyectan un futuro más sombrío que aquel a que nosotros mismos nos teníamos acostumbrados, casi siempre el lugar del pleno desarrollo de los avances tecnológicos y médicos, de las prolongadas expectativas de vida, nunca de las hambrunas de medio mundo, de la falta de agua o de aire de calidad. Éramos optimistas. O quizá, igual que en la construcción retrospectiva de la realidad que moldeamos cuando relatamos el pasado, sólo rescatamos lo positivo, lo que nos da fuerzas para mantenernos en pie.
Los anuncios de Endesa y de Repsol, algo ñoño el primero y tremendamente esteticista el segundo -vivimos embebidos de lujo estético-, parecen dos palmaditas en la espalda antes de que el desánimo cunda entre nosotros. Inventar el futuro, inventar el medio de rescatar el futuro aparecen ahora casi como brindis al sol, como sueños de ilusos optimistas. Y más cuando esos mensajes provienen de quienes todos los indicios apuntan como fuerzas activas de la degradación que nos aguarda.