El viaje requiere una mirada predispuesta, al mismo tiempo que lava y limpia la mirada. Las impresiones son fugaces y lo memorable o es realmente impactante, o se pierde en la abultada lista de recuerdos, sometidos a una inevitable devaluación. Por ello quizá se haga cada vez más necesario rescatar las impresiones en forma escrita. Volvemos, tal vez, al presupuesto de la Modernidad: la escritura como forma de rescate, como salvación del paso aniquilador del tiempo. Es posible que la escritura de viajes obedezca a un modo más moderno que posmoderno: el yo y el mundo se exponen bajo la luz de las palabras. Pero somos hijos de nuestro tiempo y no podemos dejar de jugar, de mezclar, de revolver, de mostrarnos ingenuamente como seres que hace tiempo perdieron la ingenuidad y la inocencia -literaria, convencional-. Es también posible que la poesía sea el género que mejor se acopla al fragmentarismo, a la impresión cazada al vuelo, a la reflexión casi intuitiva, seca, sentenciosa.
He aquí la primicia personal de todo ello: les presento Días de peregrinación. Italia.
viernes, 6 de junio de 2008
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