Hace unos días, mientras veía en la televisión, sin mucho entusiasmo, las imágenes de una antigua película de piratas, me preguntaba si es inevitable que toda obra de arte posea una dimensión política. Daba vueltas a la idea mientras el pirata se exhibía jactancioso ante la chica guapa y con carácter y concluí que, en el fondo, cualquier acto de la vida posee también una dimensión política. Y el arte, inevitablemente, no puede escapar de esa ley universal. Lo único que, quizá, y relativamente, pueda ser ponderado o calibrado es la intensidad y el significado de esa vertiente política inherente a cada acto, artístico o no.
Ayer, también en la televisión, en una entrevista, nuestra más famosa baronesa declaró rotunda: "El Arte está por encima de la política" (he escrito con mayúscula la palabra arte, porque así sonó, capitalmente sacralizado). Naturalemente, no quería decir eso, sino que es su colección, su "museo", el que queda por encima del bien y del mal, de la derecha y de la izquierda, del hoy o del mañana. De hecho, en ese museo vimos hace un par de meses una exposición que chorreaba política por cada uno de los poros de sus cuadros: "La Vanguardia y la Gran Guerra".
A Antonio Muñoz Molina la exposición le motivó una terrible reflexión sobre la culpabilidad de los artistas, especialmente de Marinetti -al que llamaba "botarate"- en el desencadenamiento de los desastres de la guerra o, como mínimo, de su cómplice irresponsabilidad por lanzarse eufóricos a los brazos de una contienda tal vez más teatralizada y fantasiosa de lo que era en realidad.
El paso de los años y la descontextualización del momento histórico en el que las obras artísticas nacen, haya hecho perder en buena medida su mensaje político, lo haya hecho opaco. El arte de este período es un buen ejemplo. Con toda probabilidad nuestros mejores prejuicios hayan desactivado el verdadero sentido de estas composiciones. No cabe duda de que es política la exaltación patriótica de las banderas de Léger, pero también sería política cualquier otra representación de la realidad, aunque lo fuese de un modo menos evidente. Hoy ocurre otro tanto, pero sólo las obras de contenido ideológico o, mejor, político, llaman nuestra atención hacia esa dimensión interpretativa. Pero toda obra, todo acto, exhala política. Pero, ¿quién se detiene a interpretarlo así? Sepultados por la avalancha de informaciones, de hechos, de sucesos, de actos que tejen nuestras vidas, ¿quién tiene tiempo para identificarse o para rechazar esa lectura, quién se para a hacer siquiera esa lectura? ¿Quién hace hoy una lectura crítica del mundo? Y, por otro lado, yo, como codificador de un mensaje, me planteo también cuál sea el significado político de este texto, de este lugar o no lugar.
(Escrito esto ayer, hoy encuentro en El País el siguiente titular: "¿Puede ser la pornografía arte político?" Me sorprende la literalidad de la expresión. El reportaje gira en torno a una obra de Santiago Sierra y recoge declaraciones del artista: "Así que me parece perfecta [la pornografía] para activar y mirar lo que de instintivo tiene la política." "Las reflexiones políticas y las actuaciones que de ella se derivan son algo más primario de lo que comúnmente se cree." "El arte aparentemente menos político es el más instrumentalizado políticamente. Todo arte es político, pero normalmente quien se fotografía con el poder asegura tener sólo un interés poético."
jueves, 15 de enero de 2009
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