"Las palabras ardían en el aire durante algunos segundos, y luego caían convertidas en ceniza. Eran sólo estrategias del yo"
Podría decirse que la cita resume lo que en gran medida es / ha sido la literatura: estrategias del yo. Que la poesía lo haya sido, al menos desde el Romanticismo, no nos extraña demasiado; que la novela lo haya sido, quizá nos resulta censurable. Qué difícil ha sido poder representar la realidad -aunque sea una realidad ficticia- sin sucumbir a las anteojeras del yo. La gran literatura del siglo XX puede estudiarse a la luz de una huida del escritor del yo-autor. ¿Podría calificarse el resultado de fracaso? Crematorio intenta huir de la mirada del yo, tantas veces camuflada en una tercera persona o en el objetivismo más frío.
"Los hombres vivimos y morimos solos, la individualidad es algo infranqueable. Nadie puede atravesar esa frontera que nos separa del resto del mundo (somos yo y lo demás, que nos rodea, nos cerca, pero no nos penetra, lo que nunca acaba de ser parte de nosotros)."
Puede que esa sea la razón última de la omnipresencia pegajosa del yo y del hecho mismo de la literatura: ¿qué demonios hacer con esa aprehensión personal de la realidad? Crematorio da voz a múltiples voces personales. Todas se autojustifican, todas muestran una parte de razón y otra de mezquindad, una dosis de idealismo y otra de fracaso. Pero, en el fondo, la visión sumada, totalizadora es la del autor. ¿Inevitable?
"A lo mejor hubo un tiempo en el que uno podía engañarse, pensando que un escritor podía ser alfarero del mundo. Que sus palabras participaban del valor performativo que tiene el verbo de Dios, que, con solo nombrar la luz, enciende el sol, la luna y las estrellas. Hoy ya sabemos que no hay nada de eso."
Por supuesto, Crematorio no es una novela ingenua, aunque todo aquello que contenga una denuncia nos suena hoy -tan postmodernos nosotros- ingenuo. La denuncia de la novela es más radical que la corrupción, que los oscuros e ilícitos tejemanejes que hay detrás de toda fortuna. Los personajes no son otra cosa que palabras. Sus razones, su parte de verdad y de razón, no son más que palabras, una detrás de otra, con mayor o menor fortuna retórica, pero palabras. Y nosotros mismos, personajes o personas reales, no somos más que palabras y las razones que sustentan nuestra visión del mundo y nuestra forma de comportarnos no son más que palabras. Todos seres de aire, vacíos, sin costuras, volátiles. Ni los personajes de Crematorio ni nosotros, sus lectores, tenemos ningún otro anclaje en la realidad que las palabras. Y, como se deduce de la novela, no las hay verdaderas o falsas, sólidas o ligeras, encubridoras o sinceras. Todas son equivalentes. ¿Quién se atreve hoy a juzgar a los demás, sus razones, su forma de vida?
La novela, tremenda, magnífica, nos ofrece un espejo de vacío en el que mirarnos.
viernes, 25 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario