El pasado domingo 19 Christian Salmon afirmaba en una entrevista en El País sobre su libro Storytelling: "Lo que he intentado hacer en el libro es mostrar cómo se construye, al lado de la realidad, un orden nuevo del relato, un orden ficticio que sustituye a la realidad". Dos días antes, un artículo en el mismo diario de Antonio Núñez, hablaba del relato de los dos candidatos a la presidencia de USA, de su sentido, amplificado al nivel planetario -convertido en largo culebrón con capítulos casi diarios-. Nos enteramos que Núñez es autor del libro ¡Será mejor que lo cuentes! Los relatos como herramientas de comunicación-Storytelling. Según parece este es el nuevo paso que ha dado la artrítica Semiótica. En los tiempos de su esplendor, a los objetos, a las marcas, a las personas, las atribuían cualidades, valores añadidos. Los tiempos cambian. En la entrevista, afirma Salmon, "una marca es hoy en día una historia". Es la era del storytelling, del relato. Ambos autores coinciden en analizar la vertiente política del relato. Raquel Herrera, cuyo blog lleva por nombre Tempus fugit, parece ocuparse de la vinculación entre narración y arte.No cabe duda de que vivimos rodeados, saturados de relatos.
Ya es un tópico afirmar que la estructura de un telediario se corresponde con una narración con final feliz. Nuestra propia vida la vivimos, en gran medida, como si de un relato se tratara. Junto a la narración, la otra gran saturación es el yo. El mundo como relato, el relato del mundo. La vida como relato. Es lógico por tanto, esa disolución entre ficción y biografía en la novela actual.Es posible que cualquier período histórico haya sido vivido bajo la proyección de un relato. A veces monopolizado por uno solo. Basta en pensar en los períodos donde la religión ha ocupado el centro del escenario social. Ahora, la diferencia estriba en que no podemos dar la espalda al relato, no podemos acceder a una realidad real, pues nos consagramos en cuerpo y alma a hacer de nuestra vida un logrado ejemplo de narración.
(Recuerdo una anécdota que ya en su momento me sobrecogió: durante mi instrucción militar en los gloriosos días en que existía la mili, durante una marcha, cargados con una mochila y el fusil, mis compañeros de penurias se pusieron a silbar, de manera impremeditada, la melodía de la película Puente sobre el río Kwai, en una intertextualidad soberbia entre relatos equivalentes)
¿Parece, por tanto, que ya no podremos concebir el mundo como objeto del relato, en un intento de comprensión, sino que ahora solo cabría incorporar relatos que engruesen un catálogo del que la propia realidad, el propio mundo es otro ejemplo más?