martes, 30 de junio de 2009

Aferrados al tópico

Ayer, de nuevo, en El País, encuentro el mismo tópico, esta vez entre las frases de Rodríguez Ibarra: "Por ahí andan los expertos en educación desconcertados ante la información en Internet que supera a la de cualquier profesor, ¿qué va a pasar con los alumnos digitalizados?" ¿Qué ocurre ahora de novedoso? ¿Es que acaso antes de Internet tenía en su cabeza toda la información disponible sobre cualquier tema o materia? ¿Era el guardián de secretos por nadie más conocidos y ahora divulgados democráticamente por la red? ¿Es que se prohibía a los estudiantes el acceso a los libros y a las bibliotecas?
El modelo educativo no sufre un desgarrón por esa irrupción de Internet en nuestras vidas.
Como todos los razonamientos de los políticos, especialistas de diversa índole y profetas en general adolezcan del mismo rigor...

martes, 23 de junio de 2009

La Red

Vuelvo a leer una versión más del mito llamado "Internet", esta vez en la pluma nada menos que de la rectora de la Universitat Oberta de Catalunya, Imma Tubella: "La Universidad ha perdido el monopolio del conocimiento. Los profesores ya no somos los únicos depositarios del saber. La Red nos ha jugado una mala pasada." Ya lo tengo oído de la enseñanza secundaria montones de veces. No entraremos en esos matices sofisticados que aclaran la distinción entre "saber" y "conocimiento". Nos basta con algo más de bulto. ¿Es que acaso no estaba ya antes disponible la mayor parte de la información que se impartía en cualquier centro docente de cualquier nivel? ¿Era esa información revelada por el profesor casi en secreto? No, desde luego. Estaba disponible en soporte de papel, en libros y revistas especializadas. El estudiante o la persona interesada debía perder, eso sí, el mismo tiempo que ahora emplea en navegar por la red desde su silla en acercarse a la biblioteca y solicitar el volumen que precisase. Esa es la única diferencia, salvo que quizá la selección de antes tenía menos posibilidad de fracaso y que, probablemente aún hoy, toda la información disponible en soporte de papel no pueda ser encontrada en Internet, aunque, a cambio, haya otra únicamente en soporte digital. A nadie se le hubiese ocurrido decir que la enseñanza tal y como la conocíamos había desaparecido por el libre acceso a las bibliotecas, por muy amplias y selectivas que estas fueran. Me asombra el papanatismo con que miramos a las nuevas tecnologías.
Los políticos, los miembros más activos del colectivo de profesores insisten en la idea de llevar Internet al aula. Parece ser la solución a todos los problemas. Si el chico busca la información disponible en la red sobre García Lorca en lugar de hacerlo en tres o cuatro libros, habrá contribuido a la redención de la sociedad y de sus males. Todavía no somos capaces de entender que se trata de herramientas, de instrumentos que nos facilitan la realización de tareas que antes sólo podían llevar a cabo especialistas o de hacer oír nuestra voz en una plaza pública de dimensiones planetarias (y por ello, muchas voces y un número reducido de oídos, salvo mitos). El acento no hay que ponerlo en las nuevas tecnologías, sino en la creatividad. Ese es el verdadero logro de la red, no el acceso a una cantidad de información casi inmensurable, sino la posibilidad de crear algo nuevo y de divulgarlo, potencialmente, aunque sólo sean unas imágenes o unas frases propias donde se exprese una opinión, una idea, una sensación.

domingo, 7 de junio de 2009

Juan Muñoz


La obra escultórica de Juan Muñoz que ahora se exhibe en el Reina Sofía da cuenta de su enorme originalidad, al mismo tiempo que de su atractiva estética y de su profundidad conceptual. Uno de sus ejes temáticos gravita en torno a la identidad del ser humano y a la imposibilidad de romper nuestro aislamiento. Como todas esas figuras humanas, todos somos idénticos y, como ellos, ningún gesto por muy amigable que parezca logrará romper nuestro aislamiento. Esos gestos helados nos llenan de perplejidad, nos inquietan, rodeados de esas decenas de figuras cuya escala, algo inferior a la humana, nos ponen en la perspectiva de observadores a la vez que de un objeto más de observación, el único que rompe la uniformidad tan diversa del mismo gesto en medio de ese bosque humano.
Las figuras que semejan tentetiesos nos recuerdan nuestro perenne movimiento, la equívoca certeza que tenemos de que nos movemos aunque en realidad permanecemos atados al mismo metro cuadrado, sin posibilidad de escapar del suelo a pesar de lo puedan sugerir sus gestos etéreos de bailarinas.
La incomunicación, el ser humano como espécimen digno de observación, la teatralización, la ambigüedad de dentro y fuera... todo sometido a un rigor estético, a una coherencia que revelan la obra de uno de los artistas fundamentales de nuestra época. ¿Qué mejor plan para una mañana de fin de semana?