Vuelvo a leer una versión más del mito llamado "Internet", esta vez en la pluma nada menos que de la rectora de la Universitat Oberta de Catalunya, Imma Tubella: "La Universidad ha perdido el monopolio del conocimiento. Los profesores ya no somos los únicos depositarios del saber. La Red nos ha jugado una mala pasada." Ya lo tengo oído de la enseñanza secundaria montones de veces. No entraremos en esos matices sofisticados que aclaran la distinción entre "saber" y "conocimiento". Nos basta con algo más de bulto. ¿Es que acaso no estaba ya antes disponible la mayor parte de la información que se impartía en cualquier centro docente de cualquier nivel? ¿Era esa información revelada por el profesor casi en secreto? No, desde luego. Estaba disponible en soporte de papel, en libros y revistas especializadas. El estudiante o la persona interesada debía perder, eso sí, el mismo tiempo que ahora emplea en navegar por la red desde su silla en acercarse a la biblioteca y solicitar el volumen que precisase. Esa es la única diferencia, salvo que quizá la selección de antes tenía menos posibilidad de fracaso y que, probablemente aún hoy, toda la información disponible en soporte de papel no pueda ser encontrada en Internet, aunque, a cambio, haya otra únicamente en soporte digital. A nadie se le hubiese ocurrido decir que la enseñanza tal y como la conocíamos había desaparecido por el libre acceso a las bibliotecas, por muy amplias y selectivas que estas fueran. Me asombra el papanatismo con que miramos a las nuevas tecnologías.
Los políticos, los miembros más activos del colectivo de profesores insisten en la idea de llevar Internet al aula. Parece ser la solución a todos los problemas. Si el chico busca la información disponible en la red sobre García Lorca en lugar de hacerlo en tres o cuatro libros, habrá contribuido a la redención de la sociedad y de sus males. Todavía no somos capaces de entender que se trata de herramientas, de instrumentos que nos facilitan la realización de tareas que antes sólo podían llevar a cabo especialistas o de hacer oír nuestra voz en una plaza pública de dimensiones planetarias (y por ello, muchas voces y un número reducido de oídos, salvo mitos). El acento no hay que ponerlo en las nuevas tecnologías, sino en la creatividad. Ese es el verdadero logro de la red, no el acceso a una cantidad de información casi inmensurable, sino la posibilidad de crear algo nuevo y de divulgarlo, potencialmente, aunque sólo sean unas imágenes o unas frases propias donde se exprese una opinión, una idea, una sensación.
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