Un año más se celebró el día de la Comunidad de Castilla y León y la diada de San Jordi. El contraste es sumamente elocuente. El Mundo, en su suplemento de Castilla y León recoge la noticia: "20.000 castellenos y leoneses claman en Villalar por un desarrollo equilibrado de la Comunidad"; luego, las fotos desmienten el número -al menos los que asistieron a los discursos de las autoridades- y el verbo "clamar". Los políticos aparecen deslucidos con sus trajes de andar por casa y el pañuelito al cuello, con su intento patético de hacerse pueblo.
El contraste con lo que sucede en Cataluña, en Barcelona, ciega: hordas de lectores arrasan los puestos de Las Ramblas y encandilan a sus parejas y amigos con libros y flores. La política también se entremezcla y potencia la celebración. No es tanto que la fiesta refleje lo que es Cataluña como lo que quiere llegar a ser. Es el espejo de los deseos. ¿Qué decir en cambio de nuestra comunidad, que no siquiera sabe a ciencia cierta qué clase de evento conmemora?
La fiesta del libro trae artículos sobre su decadencia o su pujanza. Monika Zgustova, en El País, se sacude los tópicos y afirma que su salud limita con las regiones del mito: "De todos los campos de la creación, el del libro es el más dinámico y diversificado: ni las artes plásticas, ni la música o el cine pueden ofrecer anualmente tanta riqueza de nuevos talentos como lo hace el mundo del libro. [...] Y toda esa efervescencia es posible gracias, finalmente, al lector que, en la soledad, sigue dispuesto a descubrir tanto a los clásicos como a los nuevos autores."
El contraste con lo que hace poco decía Philip Roth en una entrevista en el mismo diario, es absoluto: "El problema es que el hábito de la lectura se ha esfumado. Como si para leer necesitáramos una antena y la hubieran cortado. No llega la señal. La concentración, la soledad, la imaginación que requiere el hábito de la lectura. Hemos perdido la guerra. En veinte años, la lectura será un culto."
¿Quién tendrá razón? Lo que parece seguro es que la industria editorial ha despertado como industria: planifica lanzamientos con el mismo sistema invasivo como si se tratara de películas norteamericanas, opta por libros de formato generoso, tapas duras y precio en consonacia. Se aproxima a una industria del ocio. A fin de cuentas, si para un niño se gasta en un videojuego 30, 40 o más euros, ¿por qué un adulto no va a estar dispuesto a emplear 20 o hasta 30 euros en un entretenimiento bien envuelto de continente y mercadotecnia?
Por otro lado, creo que vivimos en la época de toda la historia de la humanidad en que más se lee y se escribe, gracias a Internet, por supuesto. Y esto no tiene visos de cambiar. Lo que posiblemente dé lugar a un nuevo mundo cultural, con otros valores y otros modos que aún están por nacer o acaban de hacerlo y aún no somos capaces de verlos y encorsetarlos en un nombre y una definición.
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