Javier Marías, en su discurso de ingreso a la Real Academia de la Lengua, señaló el pasado domingo la imposibilidad de contar, de relatar fielmente un hecho acontecido realmente, a diferencia de lo que sucede en el proceso de relatar una ficción, donde todo encaja y no es de otro modo que del relatado. Justifica así la necesidad, o el deseo, del ser humano de leer esas mentiras que constituyen la literatura:
"Necesitamos saber algo enteramente de vez en cuando, para fijarlo en la memoria sin peligro de rectificación. Necesitamos que algo pueda contarse a veces de cabo a rabo e irreversiblemente, sin limitaciones ni zonas de sombra o sólo con aquellas que el creador decida que formen parte de su historia. Sin posibles correcciones ni añadidos ni supresiones ni desmentidos ni enmiendas. Y lo cierto es que sólo podemos contar así, cabalmente y con sus incontrovertibles principio y fin, lo que nunca ha sucedido.
Lo que no ha tenido lugar ni ha existido, lo inventado e imaginado, lo que no depende de ninguna verdad exterior. Sólo a eso no puede agregársele ni restársele nada, sólo eso no es provisional ni parcial, sino completo y definitivo."
Resulta, por tanto, que es más fiable lo ficticio que lo real. En cualquier caso, todo lo relatado resulta siempre ficticio. Y lo ficticio suele hablar inevitablemente de lo real. Se cierra así el círculo: sólo es convincente lo ficticio que, paradójicamente, se refiere a lo real. Nada de todo esto parece tener demasiado sentido. Y, sin embargo, funciona. Quizá porque en sus trazos, en sus huellas, encontramos más sentido a la realidad que en su mismo acontecer. El modo de aprehender la realidad que propone Marías es simple: contarla. La representación de la realidad es sencillamente su invención.
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