"Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real", dice Borges en El Aleph. Pero ¿qué nos convendría más? ¿Tomar a la realidad por real o asumir que su irrealidad es la característica?
Sin duda nos libraríamos de un número incalculable de cargas si apostamos por la segunda opción. Gracias a tomar la realidad por irreal o, simplemente, como dice Borges, intuir en silencio que cuanto sucede pertenece a la ficción, obtenemos un impulso de inmortalidad. Un impulso de salvación que nos exime gloriosamente de un sinfín de preocupaciones, desdichas y padecimientos.
Más o menos ese es el fragmento del blog de Vicente Verdú que se reproduce en el reportaje que sobre este escritor valenciano publica hoy El País a propósito de su último libro, No ficción. Tenía ganas de escribir sobre este libro desde que lo leí hace unas semanas. Desde hace años me ha seducido su mundo literario, si es que aceptamos este adjetivo como válido para cualquier producto escrito, ya sea artículo, libro de ensayo o novela; y Verdú ha conseguido crear un mundo literario perfectamente reconocible. No ha sido una manía exclusivamente personal. Su indagación en los síntomas del presente, su visión del hoy desde el mañana o el pasado mañana, ha tenido eco en autores que ahora aparecen como abanderados de una nueva literatura.
Su último libro, sin género aplicable, un género nuevo e híbrido, representa una vuelta de tuerca más, lógica, a esa región que una parte de nuestros novelistas ha cartografiado: la disolución entre realidad y ficción. Frente al primer modelo postmoderno que proponía un relato ficticio trufado de realidad, de sobreentendidos y de puro guiño lúdico, Verdú nos propone la realidad del yo como ficción. Y, a la vez, la ficción como no ficción. No juega a meter el pie en el agua, sino que se lanza de cabeza a la piscina. Dinamita la distinción entre lo verosímil y lo verdadero. Lleva al lector al otro lado de la construcción del relato, en el supuesto de que no existe relato, sólo vida, o vida relatable y, por ello, ficticia. Se corresponde con el diagnóstico presente en una de sus obras en la que explicaba que el capitalismo de ficción en que vivimos lleva al sujeto a vivir su propia vida como una novela o una película.
Una tendencia del arte de cierto eco mediático ofrece el propio cuerpo del artista o su vida como producto artístico. No ficción puede ser su correlato literario. Puede parecer, como muchos que la postmodernidad ha abierto, un camino sin salida. Verdú enumera las claves de esta nueva escritura: lenguaje estético, un yo "liberado del exceso de ego" como protagonista, tono introspectivo y ensayístico, el fragmento, el detalle -lo único de lo que se puede hablar hoy-, el humor, la ironía. ¿Cuántas obras como No ficción podrían escribirse? ¿Cuántas estaríamos dispuestos a leer?
Queda, sin duda, la labor de demolición. ¿Existe diferencia entre ficción y realidad? ¿Es posible acercarse a una obra artística desde una perspectiva distinta a la de la representación? ¿Puede hoy representarse la realidad, aun de forma intencionada y subjetiva? ¿Existe algo que podamos llamar "realidad", distinguible de la ficción? ¿Merece la pena la ficción en un mundo sobresaturado de relato -incluso la propia vida- y, por tanto, de ficción?
martes, 22 de abril de 2008
No Ficción
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